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Don Mario: La casa de la calle 16 de Julio

  • Writer: misha pless
    misha pless
  • Dec 2, 2019
  • 6 min read

Updated: Aug 20, 2021

Con Don Mario estudié el piano y música solamente dos años. Pero esos dos años marcaron mi vida profundamente. Es imposible pasar un día sin pensar en él. Si me pregunto si recuerdo nítidamente el día que lo conocí, la respuesta es clara. Claro que sí.


A los quince años yo habia comenzado a soñar con tocar el piano. Había escuchado tocar a queridos amigos como Ramiro Sanjines y Emilio Aliss y se admiraba la habilidad, la destreza, la musicalidad del pianista. Inicialmente mis padres no estuvieron de acuerdo en comprar un piano ya que yo había abandonado algunas actividades después de iniciarlas con entusiasmo. Es normal que hubiesen tenido temor que al comprar un piano, un instrumento caro, que yo abandonase también esa actividad. Pero notó mi padre que mi interés no era efímero. Comencé a tocar piano en la mesa, es decir en un teclado imaginario en el cual inicié mis primeras escalas y arpegios. Me fascinaba la idea de hacer música, de poder interpretar las piezas inmortales que escuchaba diariamente en mi casa. Mis padres amaban la música clásica y en nuestra casa se escuchaba opera y música sinfónica casi continuamente.


Mis primeros estudios los hice con Elba Antezana, profesora de piano en Cochabamba Bolivia, quien conocía a mis padres. Su casa en la calle La Paz, a unos pasos del Prado, la recuerdo nítidamente. Su departamento estaba en el segundo piso de una casa antigua, tipica casa de la zona, con un balcón estilo Bauhaus. Ella fumaba en cadena y no dejaba de fumar mientras enseñaba el piano. Afuera de su pequeño departamento, en el balcón, descansaba jadeando su gigantesco perro, un San Bernardo, que babeaba copiosamente al ladrar en un tono de baritono que hacia recuerdo al los mastines de Escocía. Si mal no recuerdo su padre era el consul de Suecia y en la entrada de su casa se divisaban un escudo y bandera de Suecia.


Doña Elbita, como la llamabamos, se dió cuenta rapidamente que yo devoraba las piezas de piano asiduamente y comunicó a mi padre que yo habia subrepasado sus posibilidades pianísticas didácticas. Fué así que entonces mi padre organizó un encuentro con Don Mario Estenssoro. Don Mario, como todos lo conocían, era famoso en Bolivia. No solamente era el primo hermano del ex presidente del pais, Victor Paz Estenssoro, pero también habia sido ministro de cultura en Bolivia y fue embajador de Bolivia en Venezuela. Había tenido una vida ilustre como pianista en su juventud habiendo acompañado a varios conocidos músicos. Fue él, Don Mario, que "descubrió" el talento de Jaime Laredo y lo empujó a buscar un destino de mejores posibilidades en el mundo. Fue así, a propósito, que Jaime Laredo recibió una beca para estudiar violin en los Estados Unidos, salió estudiante extraordinario del conservatorio de Cleveland, ganó un gran premio en Bélgica, y volvió a Bolivia festejado como héroe. Fue Don Mario que impulsó a varios músicos a buscar destinos mas propicios en otros paises que les permitiesen un futuro mejor en la música.


Don Mario aceptó tomarme como alumno de piano, quizas algo alarmado sabiendo que yo habia comenzado a tocar piano tarde. Le dijo a mi padre que no sabia si un futuro como pianista era factible para mí. Hoy sé que Don Mario estaba en lo cierto. Lo que siguió fueron clases semanales en su casa de la calle 16 de Julio que quedan impregnadas en mi memoria tan fuertemente que puedo, sin esfuerzo, remontarme a su sala de estar, donde tenia su piano de estudio, y donde pasabamos hora tras hora estudiando música y hablando de arte.

Don Mario vivía en una casa antigua de la calle 16 de Julio, a dos pasos de la Plaza Quintanilla. En mi infancia había pasado momentos maravillosos en esta plaza, jugando en la fuente de agua, chacoteando con amigos. Nunca me hubiese imaginado que terminaría, a cortos pasos de esta plaza, en la casa de uno de los hombres mar eruditos que he conocido en mi vida, estudiando las piezas magistrales de la literatura musical.


Don Mario siempre acudía a la pesada puerta de reja metálica, cerrada con candado, y que él abría con una sonrisa. Siempre vestido de traje y con un sweater cardigan de lana gris o negra, aún en el verano, un pañuelo en el bolsillo, flaco, pero con una personalidad férrea. Desde el momento que el abría la puerta, hasta que me daba la mano de despedida, Don Mario desplegaba una energía extraordinaria. Me hacia sentar en el piano vertical de la sala de estar. El piano de cola lo reservaba para conciertos y para estudiantes avanzados. Para mí era una experiencia única, cada semana, entrar a su casa, algo oscura, fria. Su empleada doméstica sentada en la cocina en un taburete, escuchando impasiblemente. La esposa de Don Mario, rubenesca, cálida y apacible, arriba en el segundo piso. Solamente el piar de los pajarillos del barrio en la tarde asoleada de Cochabamba. Y asi comenzaba la lección.


Don Mario me dejaba tocar primero toda la pieza. Siguientemente me la hacia repetir, interrumpiendo para demostrar temas de ritmo, motivos armónicos, opiniones melódicas, pero siempre con un tono serio y seguro. Nunca me hizo sentir mal por lecciones mal preparadas. Es más, sus comentarios siempre eran " por qué no se toca Bach con pedal? No es possible! No se escribió asi!". Nunca atacaba mis decisiones musicales personalmente, es decir nunca le escuché  decir "por que tocas con pedal?"



En la casa de Don Mario Estenssoro en Sucre, Bolivia en 1987, horas antes de mi concierto


Aquello que en su casa colonial se sentía en abundancia, frio, oscuridad, gravedad, se esfumaba en la dicha generada en nuestras lecciones. El se mostraba siempre entusiasmado por lo que yo preparaba. Elogiaba el progreso. Es más, meses despues de comenzar a estudiar con Don Mario, un ex alumno me indicó  que Don Mario raramente elogiaba, no exaltaba los logros, una técnica que usan muchos maestros para lograr lo que quieren con sus estudiantes de música. Llegar a la perfección a través de la destrucción. Raramente usó esa técnica conmigo. Era generoso y despues de un tiempo me dejó de ustear, lo que a varios del entorno sorprendio. Él me tuteaba y yo a su vez lo usteaba con reverencia. Deste mi punto de vista era una relación perfecta. Para mí los martes a las dos de la tarde era el momento más feliz de la semana.


Cuando Don Mario me invitó a cenar una noche parta escuchar la Misa en Si menor de Bach, pensé que me había sacado la lotería. Esa noche la casa parecía estar vacía. El can afuera. Su esposa arriba leyendo en silencio. La empleada en su cuarto. Solo Don Mario y yo en el comedor. La cena: un tomate cortado por la mitad, condimentado con orégano y aceite de oliva, y un trozo de pan, acompañado de un trozo de pavo. Luego a sentarnos con la partitura Urtext y a escuchar la grabación que el adoraba, de Karl Richter de 1962, la cual años después me obsequió con gran cariño y generosidad. El y yo, solos en su sala de estar, yo en nirvana, al lado de mi adorado maestro, leyendo la partitura en silencio mientras dejábamos que la música de Bach nos envuelva totalmente. Nunca olvido la primera vez que escuche el Kyrie Eleison, la introducción. Cuando llegamos al Et incarnatus y luego el Crucifixus, temblé de emoción. Don Mario tambien. El ostinato bajo y las modulaciones cromáticas me dejaron pálido. No olvido jamas eso.




Casi de inmediato después egresar de la escuela secundaria me fui a estudiar piano e inglés a los Estados Unidos. El día que partía yo de Bolivia al país del norte, vinieron mis padres y amigos al aeropuerto a despedirme. Pocos minutos antes de decir adiós a mis queridos, llega Don Mario Estenssoro con una sonrisa en el rostro, me da una carta, me abraza, y me dice "que el piano te haga feliz". Las líneas que me escribió para esa ocasión las guardo como un regalo valioso, de gran sentimiento y significado. He releído sus líneas muchas veces, llenas de cariño de maestro a estudiante. Me sirvieron mucho en momentos de duda. Paradójicamente me ayudaron a tomar la decisión de no seguir una carrera de pianista, decisión que tomé años después. 


Nuestra relación continuó durante un largo periodo, hasta su muerte en 1994, 14 años después que yo haya partido de Bolivia. Nos escribíamos frecuentemente. Guardo cada una de sus cartas como prendas de gran valor. Cuando regresé a Bolivia en los años 1987 y 1989 a dar conciertos, Don Mario me escuchó con exquisita atención y mostró orgullo. A pesar de no haber continuado una carrera pianística, yo continué estudiando el piano seriamente y dí varias giras de recitales en Argentina y Bolivia. Don Mario no dejaba de hacerme críticas constructivas muy importantes y valiosas, no solamente de técnica pero más importantemente, de musicalidad. Nuestros encuentros, donde sea que fuese, los celebramos con una cena o un paseo. Continuamos nuestras sesiones de música, en las cuales, en silencio, nos poniamos a escuchar las obras maestras de los genios musicales.


Voy a escribir más de él en el futuro, sobre mi maestro querido, ya que tengo mucho por narrar de este hombre que fué y es tan importante en mi vida. Por ahora cierro este comentario meditando en lo siguiente: el hombre muere finalmente cuando ya no hay nadie que lo recuerde. Yo recuerdo clara y nítidamente a este gran hombre que me ha dado tanto.

 
 
 

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